Mi crisis de identidad al migrar
- Ximena Forero
- 24 ene
- 4 Min. de lectura
Tras llegar a Suiza, y cuando el tiempo borró un poco la novedad ante mis ojos, me di cuenta de que migrar trajo consigo uno de los mejores regalos que no sabía que podía recibir: un pase, todo incluido, para ser quien yo quisiera.
Podía escoger algún rasgo de mi personalidad que quisiera explotar y llevarlo más allá, que se convirtiera en mi personalidad entera. Al fin y al cabo, ¡nadie me conocía! Era el plan perfecto, nadie me podía mirar con incredulidad si decía que era vegetariana, influencer, fashion icon, hippie, el alma de la fiesta, la misteriosa. Porque yo misma podía controlar la visión que las personas iban a tener sobre mí… o eso llegué a pensar.
Con el tiempo, este regalo se fue convirtiendo más en una carga. ¿Cómo que yo tengo que decidir quién soy? ¿Cómo terminé yo con este peso sobre los hombros? Mi visa no especificó que tendría que definir mi personalidad casi desde cero.
Este regalo se convirtió en mi fuente de crisis en las tardes de invierno, cuando el sol no intentaba animarme, ni siquiera para mirar por la ventana. Pensaba, ¿Si en este momento me siento así, quiere decir que en el pasado solo era yo porque era lo que mi ambiente había creado? ¿Quién soy ahora? ¿Quién era antes?
El peso de poder decidir me hizo cuestionarme incluso por qué había sido quien fui en el pasado, como darme cuenta de que, en realidad, de haber podido elegir hoy, tal vez no hubiera cargado cosas que vi en otros y que, en realidad, no consideraba mías. Solo porque era lo que todo el mundo hacía, porque estaba de moda, porque me protegía de cosas que tal vez aquí no tenían un porqué.
Tuve varias opciones, una era abrazar mi colombianidad con tanta fuerza que se convirtiera en mi sello personal. El problema que noté rápidamente fue que me hacía sentir el doble de nostalgia y el triple de tristeza, porque solo gravitaba hacia Colombia cuando físicamente estaba en un país diferente. Este extrañar y hacer de mi colombianidad mi personalidad completa, aunque sirvió en su momento, no me permitía estar abierta por completo a lo que estaba viviendo.
Otra opción era tratar de salir de esta incomodidad que me generaba pensar en quién era, a través de recompensas rápidas. Esto implicaba tratar de copiar cosas del ambiente para encajar lo más rápido posible. ¡Claro, es humano querer encajar y ser parte de algo!
Empecé a identificar qué era lo que me gustaba de las personas a mi alrededor. En el camino, obviamente, compré ropa, maquillaje, una bicicleta, zapatos, etc… cosas para tratar de sentirme menos confundida. Me gustaría creer que no he sido la única que ha caído en esta trampa que las redes sociales nos ponen todos los días.
Spoiler: gastar mucho, llenar mi clóset y comprar más no me sirvió más allá de un momento. Solo creó una bola de nieve, en la que cada vez necesitaba más cosas, más ropa, más zapatos, más outfits para poder sentirme suficiente, sentir que pertenecía.
Con mis nuevas cosas no me sentía mejor… y rápidamente entendí que lo que me gustaba de mi amiga Betta no eran necesariamente sus gafas de sol, sino lo feliz y segura que se veía con ellas. Que lo que me gustaba de Eva no eran necesariamente sus outfits aesthetic e instagrameables, sino su sensatez, lo decidida que hablaba acerca de las cosas que eran importantes para ella.
Para mi mala o buena suerte, lo que me gustaba en ellas no se podía comprar. No podía pedirlo por Amazon (o Galaxus.com, para hacerlo más suizo), porque mi presupuesto de estudiante extranjera no me iba a dar para seguir comprando momentos de dopamina por más de dos meses.
Lo que me gustaba de ellas no se podía imitar, porque era simplemente su autenticidad. Suena trillado, yo sé, pero migrar me hizo darme cuenta de que no tengo que tratar de encajar, sino que, por el contrario, al quitarme el miedo de no encajar, me permitía encontrar personas que, con su autenticidad, me motivaban a mí a ser auténtica. Tal vez fui afortunada de conocer y conectar con personas transparentes y auténticas, que no tienen miedo de mostrarse como son.
Respecto a mi colombianidad, me di cuenta de que soy más que mi nacionalidad. Que, aunque amo mis raíces y de dónde vengo, esto, lastimosa o afortunadamente, no define en su totalidad quién soy. ¡La que define quién soy, soy solamente yo! ¡No los demás, no lo que los otros ven o se imaginan de mí!
Me gustaría decir que todos los días me siento segura, inspirada y auténtica, pero claro que hay días peores que otros. ¡Es normal! Lo que me ha servido a mí es tratarme con compasión, no ser tan dura conmigo misma. Migrar es difícil para todos, solo que hoy en día tenemos a tantas personas idealizando estar lejos de su país, mostrando solo lo bonito, que nos olvidamos de que todos los que decidimos salir estamos transitando este duelo, crisis de identidad y falta de ese sentir que pertenecemos a algún lugar.
Tal vez en este momento no tengo ese sentido de pertenencia hacia Suiza, o siquiera hacia Colombia, pero me quedo con que cada día me pertenezco más a mí misma. Que yo dicto quién soy y puedo llevar la batuta de mi identidad, ya sea en Suiza o en Colombia.
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